11 agosto 2016

¿Por qué Conan Doyle odiaba a Sherlock Holmes?


Por Humberto Acciarressi

Si la literatura se entrecuza con la historia pueden ocurrir cosas injustas, incluso paradojales. Por ejemplo, que millones de personas conozcan, con pelos y señales, vida y obra de Sherlock Holmes, y casi nadie sepa quien fue su creador, Arthur Conan Doyle. Y a tal punto llega el desatino del padre convertido en hijo anónimo, que el escritor nació el 22 de mayo de 1859, mientras su personaje llegó al mundo el 15 de enero de 1854. Es decir, la criatura de ficción es cinco años más grande que el creador. Si a eso le sumamos que los intentos del escritor por "matar" a su héroe fueron infructuosos, y que en centenares de libros sobe el detective ni siquiera mencionan a su creador, hay que concluir que el ficticio Sherlock Holmes vampirizó al caballero Arthur hasta llegar a límites intolerables. La maldición llega más lejos, al punto que el actor Basil Rathbone, que interpretó a más de cincuenta personajes de Shakespeare, hoy es recordado por su protagónico del sabueso inglés.

Antes de crear a su Frankestein particular, Arthur Conan Doyle, nacido en Edimburgo, era un oscuro médico oftalmólogo que entretenía sus ocios imaginando una novela, pergeñando tramas imposibles, arrancándole canciones folklóricas a un viejo violín o publicando ensayos que llevaban títulos como "La gran guerra Bóer". Católico por formación, el escocés fue del agnosticismo al espiritismo, y ese comercio con las almas le valió más de un ataque y muchas burlas. Es autor, además, de un hoy poco frecuentado tratado sobre las peripecias del hombre después de la muerte.

Las variadas aventuras de Sherlock Holmes - recientemente editadas en nuestro país en el relanzamiento de la mítica Claridad - tienen una rica historia. Los apellidos del violinista Alfred Sherlock y del jurista Oliver Wendell Holmes -ambos admirados por el caballero escocés - se plasmaron en el célebre habitante de la londinense calle Baker 221-B. Los "holmólogos" fijan el nacimiento del mito el 6 de enero de 1887, con el libro "Un estudio en escarlata". Sherlock Holmes no es un personaje común para los años de la reina Victoria. Su autor lo dotó de vicios mayúsculos: morfinómano, misógino, músico ambulante y ex actor. Para la Inglaterra victoriana, un escándalo. Asi sea en páginas literarias, tal hombre no podía andar solo por la vida. Por eso, en la tradición cervantina, Conan Doyle le adosó como escudero a John Watson, doctor en medicina y oficial retirado del cuerpo de sanidad. "El signo de los cuatro"y una importante cantidad de cuentos, dieron a Sherlock una fama que trascendió las fronteras del espacio y del tiempo.

En el otoño de 1891, a sólo cuatro años de su primer libro, el autor ya no aguantaba vivir a la sombra de su creación. Lo hizo rodar por el precipicio en "El problema final". Nadie se lo perdonó; le llovieron las cartas con críticas feroces. Abrumado y luego entristecido, hizo reaparecer al héroe en "El perro de los Baskerville". Pero la gente le exigió más, y tuvo que explicar, en "El retorno de Sherlock Holmes", cómo había sobrevivido el detective a los planes asesinos de su archienemigo Moriarty. Conan Doyle convivió con el morfinómano durante 36 años más. Una verdadera pesadilla para el escritor.

En 1927 publicó la última saga del detective, "El archivo de Sherlock Holmes", y murió tres años más tarde, el 7 de julio de 1930. Arthur Conan Doyle frecuentó, entre otros ilustres, a Karl Marx, a Lewis Carroll, a Eduardo VII y al Dalai Lama, pero su tumba no la visita nadie. A su detective todavía le envían cartas de todo el mundo. De ser ciertas sus creencias espiritistas, duele imaginar las penurias que estará pasando en la otra vida.

(Publicado en el diario "La Razón" de Buenos Aires)